El Papa Francisco con unos
trazos muy sencillos y rotundos está centrando en la Fe a muchos cristianos
distraídos, que seguramente necesitan este tipo de lenguaje directo, con enunciados netos. Estamos en
una era en que la comunicación es importante porque, de hecho, la controlan
minorías poderosas ajenas o contrarias al anuncio permanente de Cristo a todo
el mundo.
No hay cristianismo sin
Jesús. No hay Jesús sin su Iglesia (Familia de Dios en la tierra). No hay
cristianismo sin Cruz. O lo que es lo mismo, no hay salvación sin Cruz.
Una mirada al pasado, un
repaso a la historia humana y todo parece un carrera colectiva en sentido
contrario a lo que parece más lógico; es decir, a aceptar con gratitud la
oferta amante de un Dios que quiere nuestra felicidad. A ese comportamiento
irracional le llama el Papa Francisco ”la historia del hombre”, una historia
que comienza al pie del árbol del Paraíso, el árbol de la desconfianza y de la
desobediencia ante Dios. Allí comenzó “la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia de querer conocer todo
según nuestra mentalidad, según nuestros criterios, también según la presunción
de ser y llegar a ser los únicos jueces del mundo”. Son palabras recientes del
Papa.
Peo Dios tiene una lógica distinta. No deja de amar a los hombres y no
cesa en su empeño por reconducirlos al arrepentimiento, a la conversión, al
perdón y a la verdadera felicidad. Ésa es la “historia de Dios”, una “historia
de amor” que tiene su culminación en el árbol de la Cruz donde “quiso asumir
nuestra historia y caminar con nosotros”. Una “historia de amor” que sigue adelante,
irrevocable. En efecto, Cristo, muerto y resucitado por los hombres, intercede de continuo por
nosotros ante el Padre.
En la homilía de Santa Marta el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Papa Francisco nos
dijo que sólo es posible comprender “un poquito” el misterio de la cruz
“de rodillas, en la oración”, pero también con “las lágrimas”. Es más, son
precisamente las lágrimas las que “nos acercan a este misterio”. En efecto,
“sin llorar”, sobre todo sin “llorar en el corazón, jamás entenderemos este
misterio”. Es el “llanto del arrepentido, el llanto del hermano y de la hermana
que mira tantas miserias humanas y las mira también en Jesús, de rodillas y
llorando”.
Mirando el mundo actual (y el mundo de épocas pasadas) hay momentos en
que podemos entrever la estupidez humana (también la mía). Hay momentos de
comportamientos colectivos que hacen acertado el dicho popular de “andar como
un caballo en una cacharrería”. Es como
pisotear torpemente las posibilidades de felicidad que Dios nos ofrece,
añadiendo la petulancia de llamar “una era posthumana” a lo que es un verdadero
desastre.
Nos mantienen firmes en la esperanza las misas que se celebran, las
horas de confesonario y la celebración de los demás sacramentos, la oración que siempre
está viva en el seno de la Iglesia, el sufrimiento humilde de muchas personas y
tantas otras situaciones en las que Cristo sigue ofreciéndose por nosotros.
Y la ayuda y el consuelo de nuestra Madre, la Virgen Santísima, causa de
la permanente alegría cristiana.
J.S.
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