En la medida en que la conciencia de ser Iglesia penetra en nuestra
inteligencia, en nuestra voluntad y, por supuesto en nuestra sensibilidad, la
percepción de la realidad cambia, cambia absolutamente. Se trata de algo que
llega ser experimental, casi sensitivo. Hace unos días, estaba yo con unos
amigos en la ciudad de York (Inglaterra); por la variedad de origen, unos eran
ingleses y otros no, hablábamos en inglés. En un momento dado, vimos una
iglesia católica y decidimos hacer una visita al Santísimo Sacramento.
En una capilla lateral estaba el Sagrario, con su lamparita encendida.
Permanecimos un buen rato de rodillas,
en silencio, adorando y hablando desde nuestro corazón a Jesús, presente, real,
bajo las apariencias sacramentales. El
mismo Jesús, el Único, el de todos, el que nos espera en todos los Sagrarios de
todas las iglesias católicas del planeta, ¡Qué fácil es experimentar esa
realidad que algunos Santos Padres llamaban “la Católica”, es decir, la
universal, la que está en todas partes!
Llevábamos así un rato, en silencio, cuando entró en la capilla el
párroco, se dirigió con reverencia al Sagrario, se arrodillo, sacó un pequeño
cofre con una llave, abrió con piedad la puerta del Tabernáculo, destapó el
copón, tomó algunas formas consagradas, las guardó en una teca, cerró de nuevo
el Sagrario y salió hacia la calle, con un aire de discreto recogimiento. Pensé
que llevaba en su pecho a Jesús, que de allí iría a la casa de un enfermo, de un
anciano, quizá a un hospital. ¡Ésa
maravilla silenciosa de Jesús presente en las almas es el verdadero núcleo de
la Iglesia! La única Iglesia Católica, en Inglaterra, en Argentina, en Madrid,
en Barcelona, en Barakaldo.
El Papa Francisco planteó un serio examen de conciencia, el pasado
miércoles, a los católicos del mundo mundial cuando dijo: Preguntémonos todos: ¿siento esta unidad? O ¿Quizá no me interesa
porque estoy encerrado en mi pequeño grupo o en mi mismo?, ¿Soy de aquellos que
privatizan la Iglesia para el propio grupo, la propia Nación, los propios
amigos? Cuando siento que tantos cristianos en el mundo sufren ¿soy indiferente
o es como si sufriese uno de mi familia?, ¿rezamos los unos por los otros? ¡Es
importante mirar fuera del propio recinto, sentirse Iglesia, única familia de
Dios!”
J.S.
NOTA: La noción de comunión es clave en la eclesiologia del Concilio Vaticano II. Un artículo extenso puede verse en el blog Ecclesia de Trinitate.
Un modo más cercano para expresar esa realidad interior de la Iglesia es llamarla Familia Dei, expresión empleada por Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa.
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