Quizá la última entrada que publiqué en este blog, El proselitismo en la predicación del Papa Francisco, pudo sorprender a alguno. Dije que el
Obispo de Roma reserva a la palabra proselitismo la acepción negativa que
predomina en casi todos los ambientes mediáticos; por eso evita emplearla o la
rechaza. Pero la substancia permanente está
clara. Todos los católicos estamos emplazados por el mismo a Cristo a propagar
el Evangelio por todo el mundo, a evangelizar cada nueva generación.
El Papa Francisco desarrolló
en su Audiencia general del 17 de octubre la apostolicidad de la Iglesia; una
de sus cuatro notas: Una, Santa, Católica y Apostólica, que
confesamos en el Credo.
La tercera parte de su
intervención la dedicó el Papa a la
misión apostólica de la Iglesia y de cada uno de sus fieles: la Iglesia es apostólica porque es enviada a llevar el Evangelio a
todo el mundo. Continúa en el camino de la historia la misma misión que Jesús
confió a los apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar
todo cuanto les he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo» (Mt. 28,19-20). ¡Esto es lo que Jesús nos dijo que
hiciéramos! Insisto en este aspecto de la actividad misionera, porque Cristo
invita a todos a "ir" al encuentro de los demás, nos envía, nos pide
movernos para llevar la alegría del Evangelio!
Por tanto, nada de
inhibirse, de frenar el ímpetu noble del apostolado; sería caer en la “globalización de la indiferencia”, enfermedad de nuestra sociedad, como señaló el Papa en
varias ocasiones.
Preguntas para un examen de
conciencia: Una vez más debemos
preguntarnos: ¿somos misioneros con nuestras palabras, pero sobre todo con
nuestra vida cristiana, a través de nuestro testimonio? ¿O somos cristianos
encerrados en nuestro corazón y en nuestras iglesias, cristianos de sacristía?
¿Cristianos solo de palabras, pero que viven como paganos? Debemos hacernos estas
preguntas, que no son un reproche. Yo también, me lo digo a mí mismo: ¿cómo soy
cristiano, realmente con el testimonio?
J.
S.
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