En Carta a los Gálatas leemos: los frutos del Espíritu son: caridad, gozo,
paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia (Gal 5,
22-23, versión neo-Vulgata). En la versión de la Vulgata, más antigua, el
número de frutos mencionados es doce; caridad,
gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad,
modestia, continencia, castidad. El Catecismo de la Iglesia Católica, en
puntos diferentes, cita ambas versiones al hablar de los frutos del Espíritu
Santo.
Cuando esos
frutos se dan de modo permanente y estable en una persona podemos pensar que su
vida cristiana se desenvuelve ya en zonas de madurez, de un modo semejante a
como una planta o un árbol manifiesta su sazón, su madurez, cuando
comienza a dar frutos. Cuando la acción del
Espíritu Santo en un cristiano ha alcanzado ya un cierto nivel de efectividad aparecen esos frutos externos, constatables tanto por el sujeto interesado
como por quienes le tratan. En la medida en que se den personas de esa
condición en una familia, en un grupo o en cualquier tipo de comunidad, los
frutos del Espíritu Santo se manifestarán también en la convivencia, en el modo
de trabajar juntos, en la atmósfera vital, en el aire que se respira, en el
ambiente,
El Papa Francisco
decía, el pasado 30 de septiembre, en la misa de Santa Marta, unas palabras
hermosas: Paz y alegría: “éste es el aire de la Iglesia”. La paz y la alegría son los frutos más palpables
del Espíritu Santo, los efectos más indicativos de una plenitud cristiana.
A continuación podemos plantearnos una pregunta: ¿cómo conseguir que la
paz y la alegría sean realmente “el aire de la Iglesia”? ¿Se alcanzará ese
resultado a base de un buen diseño organizativo, con oportunos cambios
estructurales, con reformas de las curias vaticanas y diocesanas, con una
adecuada cosmética mediática? Pienso que no.
El Papa Francisco nos está indicando continuamente la clave para conseguir
ese “aire de la Iglesia”: la clave es la santidad de todos, es la conversión.
Sólo así “la alegría y la paz” inundarán jubilosas el secarral de este mundo.
J. S.
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