Pidamos al Señor la gracia,
primero: de no dejar de orar, para no perder la fe: permanecer humildes, son palabras del Papa Francisco dichas hace unos
días en Santa Marta. La oración, cuando es verdadera, nos mantiene en comunión
con Dios y en ese espacio interior, en esos ratos de recogimiento, el Espíritu
Santo guía, sugiere, enseña, mueve, casi sin notarlo. Esa presencia de Dios en
muy especial cuando oramos ante un Sagrario, pero en cualquier lugar podemos
encontrar a Dios en la intimidad del alma.
Una
pregunta razonable es la siguiente: ¿Cómo estar seguro de que no nos engaña la
fantasía, de que no nos hace perder el tiempo una sensiblería sin contenido, de
que realmente hablamos con el Señor? La
respuesta es sencilla. Si el Jesús que buscamos es el Jesús del Evangelio (los
Evangelios son el mejor libro para orar), si nuestra oración discurre por los
cauces de la fe confesada en el Credo,
si somos dóciles a las enseñanzas del Papa y demás pastores de la Iglesia, si
estamos en comunión con toda la Iglesia orante e invocamos la intercesión de la
Virgen Santísima, y de los Ángeles y Santos, entonces, el cauce de la oración
es seguro.
Pienso
en una muchedumbre de padres y madres de familia, de ancianos y jóvenes, de
personas que trabajan o buscan trabajo, de están ocupados por las mil tareas de
la vida ordinaria…y me pregunto: ¿Necesitan leer nuevos ensayos teológicos para
ser buenos cristianos, para encontrar a Jesús en sus vidas? ¿Necesitan ser
expertos “vaticanólogos” para amar al Papa y a nuestra Madre la Iglesia? ¿Necesitan
estar al día de las lecturas y relecturas que hacen no pocos medios intentando
encasillar la vida de la Iglesia en ideologías humanas o en un continuo “juego
de tronos”? ¿Es necesario ese dispendio de tiempo para buscar la santidad y
amar al prójimo?
Me
parece que no. Que todo es más simple.
Nos
basta oír al Papa con la sencillez con que él nos habla.
J.S.
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