A todos nos gusta que nos hablen bien de
nuestra madre y nos produce gran malestar oir de un extraño un comentario
negativo sobre ella. Por eso una de las reglas básicas en la convivencia
conyugal es no criticar nunca la conducta de la suegra ante su hijo o su hija, ¡mucho
menos si hay enfado por medio!
El Papa Francisco recordaba
esta realidad en la Audiencia General del 11 de septiembre pasado: Todas las madres tienen defectos, todos
tenemos defectos, pero cuando se habla de los defectos de la mamá nosotros los
tapamos, los queremos así
Con respecto a la Iglesia le
ocurre lo mismo a quienes la tienen como Madre y la aman. En este punto la
vivencia de la Iglesia Madre es clave.
Decía el Papa en esa ocasión reciente: ¿Amamos
a la Iglesia como se ama a la propia mamá, sabiendo incluso comprender sus
defectos? Todas las madres tienen defectos, todos tenemos defectos, pero cuando
se habla de los defectos de la mamá nosotros los tapamos, los queremos así. Y
la Iglesia tiene también sus defectos: ¿la queremos así como a la mamá, le
ayudamos a ser más bella, más auténtica, más parecida al Señor?
Por supuesto que siempre,
desde los tiempos apostólicos, ha habido
una dosis de autocrítica eclesial, desde
dentro, nacida de un cariño filial, con ánimo de mejora. Basta leer las
Cartas Apostólicas y las Cartas a las siete Iglesias de Asia contenidas en el
Apocalipsis. Y a largo de los siglos, los grandes Santos han señalado defectos a
corregir en la comunidad cristiana, entre el clero y entre los simples fieles.
Haced la prueba de releer el capítulo 9º de El Diálogo, de Santa Catalina de Siena. Mucho más
recientes están todos los actos celebrados y todos los documentos promulgados
por Juan Pablo II durante el Jubileo del Año 2000 en relación con la memoria
histórica y las culpas del pasado. Pero conviene, en las circunstancias actuales,
destacar que todas esa autocrítica siempre se ha hecho desde la fe y desde el
amor, con los ojos puestos en la santidad de nuestra Cabeza, Jesucristo, autor
y consumador de nuestra fe, con el deseo de que la Iglesia sea más bella, más auténtica, más parecida al Señor, en palabras de
Francisco.
Otra cosa completamente
distinta es el maltrato hecho a Nuestra Madre la Iglesia, desde fuera, por quienes son extraños, por quienes odian la
Iglesia, por aquellos a quienes les importa un pito la salvación de las almas.
Es verdad que el Santo Padre
nos llama a los hijos de la Iglesia a una nueva conversión y señala aspectos
menos positivos que hay que enmendar entre todos y con la ayuda del Espíritu
Santo. Los hijos de la Iglesia entendemos todo eso desde dentro. Pero es innegable que sus palabras y gestos llaman la
atención y encuentra eco fácil en los medios. Y desde fuera, palabras suyas sueltas, expresiones
descontextualizadas, son utilizadas como crítica a la Iglesia Católica, con
ánimo avieso, por parte de quienes llevan mucho tiempo intentando anular la
presencia de la Iglesia en el mundo. Eso duele. Nosotros hablamos de nuestra
Madre, ellos no.
J.S.
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