La idea de “mundanidad” ha sido entendida casi
siempre en un sentido negativo, como uno de los tres clásicos enemigos del
alma: el mundo, el demonio y la carne. San Juan, en su Evangelio y en sus
Cartas, entiende el “mundo” como algo opuesto al Espíritu de Cristo Lo mundano
sería el paganismo resistente, lo
comprometido con el pecado, la obstinada opción por lo temporal y lo sensible,
lo irredento, la renuncia a otra vida. Una conducta mundana sería casi sinónimo
de una vida inmoral, especialmente escandalosa en una persona perteneciente al
clero o a la vida religiosa.
El Papa Francisco está
usando, en escritos y en alocuciones, otro sentido de la mundanidad más respetable,
más sutil. Le llama “mundanidad espiritual”, reutilizando con matices propias
una expresión del teólogo Henry De Lubac. La describe como “el ceder al espíritu del mundo, que
te hace actuar por la propia realización y no por la gloria de Dios,
esa especie de `burguesía del espíritu y de la vida´, que incita a acomodarse,
a buscar una vida confortable y tranquila».
El Santo Padre a esta desviación
profunda del Evangelio la conecta con el afán de “hacer carrera” dentro de la
estructura eclesiástica. De ahí su constante exhortación a los candidatos a
Pastores en la Iglesia a "que sean capaces de ‘cuidar’ el rebaño que les
fue confiado, de tener cuidado de todo lo que les mantenga unidos; de
‘vigilarlo’, de prestar atención a los peligros que amenazan. Pero por encima
de todo que sean capaces de ‘velar’ el rebaño, de cuidar la esperanza, de que
haya sol y luz en los corazones, de apoyar con amor y con paciencia los planes
que Dios tiene para su pueblo".
Está claro que todo esto
es lo opuesto a la “mundanidad espiritual”.
J.S.
No hay comentarios:
Publicar un comentario