Palabras del Papa Francisco pronunciadas en italiano en la Audiencia General del 26 de junio. No necesitan comentario. Son muy claras. Con preguntas al final que nos interpelan a todos
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Nosotros somos las piedras vivas del
edificio de Dios, unidas profundamente a Cristo, que es la piedra de
sustentación, y también de sustentación entre nosotros. ¿Qué quiere decir esto?
Quiere decir que el templo somos nosotros, nosotros somos la Iglesia viviente,
el templo viviente, y cuando estamos juntos entre nosotros está también el
Espíritu Santo, que nos ayuda a crecer como Iglesia. Nosotros no estamos
aislados, sino que somos pueblo de Dios: ¡ésta es la Iglesia!
Y es el Espíritu Santo, con sus dones,
quien traza la variedad. Esto es importante: ¿qué hace el Espíritu Santo entre
nosotros? Él traza la variedad que es la riqueza en la Iglesia y une todo y a
todos, de forma que se construya un templo espiritual, en el que no ofrecemos
sacrificios materiales, sino a nosotros mismos, nuestra vida (cf. 1 P 2, 4-5). La Iglesia no es un entramado
de cosas y de intereses, sino que es el Templo del Espíritu Santo, el Templo en
el que Dios actúa, el Templo del Espíritu Santo, el Templo en el que Dios
actúa, el Templo en el que cada uno de nosotros, con el don del Bautismo, es
piedra viva. Esto nos dice que nadie es inútil en la Iglesia, y si alguien dice
a veces a otro: «Vete a casa, eres inútil», esto no es verdad, porque nadie es
inútil en la Iglesia, ¡todos somos necesarios para construir este Templo! Nadie
es secundario. Nadie es el más importante en la Iglesia; todos somos iguales a
los ojos de Dios. Alguno de vosotros podría decir: «Oiga, señor Papa, usted no
es igual a nosotros». Sí: soy como uno de vosotros, todos somos iguales, ¡somos
hermanos! Nadie es anónimo: todos formamos y construimos la Iglesia. Esto nos
invita también a reflexionar sobre el hecho de que si falta la piedra de
nuestra vida cristiana, falta algo a la belleza de la Iglesia. Hay quienes
dicen: «Yo no tengo que ver con la Iglesia», pero así se cae la piedra de una
vida en este bello Templo. De él nadie puede irse, todos debemos llevar a la
Iglesia nuestra vida, nuestro corazón, nuestro amor, nuestro pensamiento,
nuestro trabajo: todos juntos.
Desearía entonces que nos
preguntáramos: ¿cómo vivimos nuestro ser Iglesia? ¿Somos piedras vivas o somos,
por así decirlo, piedras cansadas, aburridas, indiferentes? ¿Habéis visto qué
feo es ver a un cristiano cansado, aburrido, indiferente? Un cristiano así no
funciona; el cristiano debe ser vivo, alegre de ser cristiano; debe vivir esta
belleza de formar parte del pueblo de Dios que es la Iglesia. ¿Nos abrimos nosotros
a la acción del Espíritu Santo para ser parte activa en nuestras comunidades o
nos cerramos en nosotros mismos, diciendo: «tengo mucho que hacer, no es tarea
mía»?
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