Se trata de una idea antigua, que vuelve a
aparecer una vez más en el Concilio
Vaticano II: la Iglesia es en Cristo como
un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad
de todo el género humano. Por tanto la Iglesia no es fin en sí misma, sino
que señala y permite una realidad que es distinta de ella misma.
Pongo un ejemplo: El cohete propulsor de
una nave espacial tiene una finalidad concreta, que es vencer la resistencia de
la gravedad a base que quemar combustible para poner en órbita a la nave. El
cohete se va desprendiendo de los tanques que almacenan el combustible y al
final se queda en nada. Ha funcionado como un instrumento que una vez
conseguido el fin desaparece. El
Vaticano II recuerda que al final de los tiempos “la Iglesia y sus
instituciones desaparecen” para dar
lugar a la realidad última: el Reino de Dios en Cristo (1).
Hasta ese momento final la misión de la
Iglesia es facilitar la presencia de Cristo entre los hombres, facilitar la
incorporación a Cristo, comunicar a Cristo. Si los miembros de la Iglesia con
oficio de pastores olvidamos esa referencia a Cristo podemos incurrir en esa
involución que el Papa llama autorreferencialidad.
El Papa lo ha dicho a los obispos argentinos: La
enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí
misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una
especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al
clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar “la dulce y
confortadora alegría de evangelizar”.
(1) En la teología medieval a ese resultado neto, final, de la acción sacramental, desaparecido el signo, se llamaba res tantum.
(1) En la teología medieval a ese resultado neto, final, de la acción sacramental, desaparecido el signo, se llamaba res tantum.
J.S.
1 comentario:
Nada que decir. Es así, como lo indica el Papa.
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