Cuando el Papa Francisco habla
del “cuerpo” y la “carne” de Cristo usa el lenguaje paulino con un realismo y
una actualidad notables.
San Pablo conoce en un
nivel espiritual una cercanía de Cristo muy “corporal”: ¿No sabéis que sois miembros de Cristo?; El pan es uno, y así nosotros, aunque somos
muchos, formamos un solo cuerpo, porque-que comemos todos del mismo pan; Sufro
en mi carne los que falta a la Pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia.
Ésta y otras muchas otras sentencias del Apóstol revelan su vivencia de la Encarnación de
Cristo, su percepción de la unidad personal
de cuerpo y alma, la necesidad de “la
redención del cuerpo” y, sobre todo, su experiencia de la Eucaristía y de Iglesia como Cuerpo Místico
de Cristo.
El Papa Francisco hable de
“tocar” a Cristo en la condición humana sufriente: en los pobres, en los
enfermos, en los débiles, en los niños. Basta ver la ternura con que trata a
personas severamente dañadas. Recuerda a
San Francisco cuando besó las llagas de
un leproso como si fuera el mismo Cristo.
Para
encontrar al Dios vivo es necesario besar con ternura las llagas de Jesús en
nuestros hermanos hambrientos, pobres, enfermos y encarcelados.
Son palabras del Papa en Santa Marta.
Especial devoción tiene el
Obispo de Roma a las “llagas” de Cristo: “las llagas de Jesús tú
las encuentras haciendo obras de misericordia, dando al cuerpo – al cuerpo – y
también al alma, pero – subrayo – al cuerpo de tu hermano llagado, porque tiene
hambre, porque tiene sed, porque está desnudo, porque es humillado, porque es
esclavo, porque está en la cárcel, porque está en el hospital. Estas son las
llagas de Jesús hoy. Y Jesús nos pide que hagamos un acto de fe, en Él, pero a
través de estas llagas. ‘¡Ah, muy bien! Hagamos una fundación para ayudar a
todos aquellos y hagamos tantas cosas buenas para ayudarlos. Eso es importante,
pero si nosotros permanecemos en este plano, seremos sólo filántropos. Debemos
tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús, debemos curar
las llagas de Jesús con ternura, debemos besar las llagas de Jesús, y esto
literalmente. Pensemos en lo que le sucedió a San Francisco, cuando abrazó al
leproso. Lo mismo que a Tomás: ¡su vida cambió!”.
J. S.
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