Es muy
difícil describir en un lenguaje realista en qué consiste nuestra comunión
con Cristo. El Papa Francisco, en su
Encíclica, emplea un lenguaje casi espacial. Yo puedo vivir sólo en mi
casa y también puedo invitar y aceptar en mi casa a otra persona. Entonces
puedo hablar de otro que comparte mi espacio. Si trasladamos esta imagen a un
terreno espiritual se entienden las palabras del Papa: En la fe, el « yo » del creyente se ensancha para ser
habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el
Amor. En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo. Fijaos que
en ese caso “Cristo vive en mí” y “yo vivo en Cristo”, porque el Otro siempre
es Cristo. La distinción entre mi persona y la Persona de Cristo nunca se
pierde. La Encíclica cita en lenguaje
paulino: Por eso, san Pablo puede
afirmar: « No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí » (Ga 2,20), y exhortar: « Que Cristo
habite por la fe en vuestros corazones » (Ef 3,17)
A partir de ahí, podemos entrever en
qué sentido nos identificamos con Cristo.
No que deje de ser yo mismo, en diálogo amoroso con el Otro, sino en el sentido de
que se hace mío su pensar, su querer, etc. Con palabras del Papa, el cristiano puede tener los ojos de Jesús,
sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor,
que es el Espíritu. Y en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de
Jesús. La fe y la visión de fe es “ver con los ojos de Jesús”. Realmente,
para el cristiano, su existencia se
dilata más allá de sí mismo. En el caso concreto de la fe, el cristiano no
se queda ciego (no suspende su razón natural) sino que se amplía su campo
visual porque ve también con los ojos de Cristo.
Jorge Salinas
Nota: un estudio amplio sobre este tema lo publiqué en 2004. Se puede ver en Cristo en nosotros, nosotros en Cristo
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