Una de las características
de la predicación viva del Papa Francisco es la expresividad con que se refiere
a la íntima presencia de Cristo en el cristiano que ora. Es el Jesús de mi alma o el Jesús de mi corazón tan frecuente en los
labios o en el musitar sin palabras de almas piadosas de todos los tiempos.
En la Encíclica Donum
Fidei, n. 20, el Papa cita unas palabras atribuidas a Moisés, dirigidas
al pueblo: el mandamiento de Dios no es
demasiado alto ni está demasiado alejado del hombre. No se debe decir: « ¿Quién
de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá? » o « ¿Quién de nosotros cruzará
el mar y nos lo traerá? » (cf. Dt
30,11-14). La
intención del autor del Antiguo Testamento es clara. El pueblo piadoso ha
interiorizado la Ley, lleva en su corazón la Palabra de Dios, no tiene que
buscarla en el espacio sideral.
Esa palabras de Moisés son releídas
y re-escritas siglos más tarde por San Pablo. Aquí ocurre algo parecido a lo
que hacemos cuando escribimos en un ordenador un documento, por ejemplo en
Word. Solemos mejorar un texto original con sucesivas correcciones. El verbo
que usamos cuando sustituimos un texto previo por uno actual es overwrite, sobrescribir. Pues bien, en
gran medida, los escritos del Nuevo
Testamentos son un overwriting del
Antiguo.
Pablo conoce a Cristo. Lo conoce profundamente
y en su propia vida. Tiene una experiencia formidable de lo que es vivir en Cristo y de lo que es Cristo viviendo en él.
Sabe también que Cristo es la Palabra de Dios hecho hombre, hecho carne, es
Jesús mismo. Y con esa experiencia sobrescribe textos mosaicos, Pero es mejor
que dejemos paso a las palabras del Papa Francisco.
Pablo interpreta esta cercanía de la
palabra de Dios como referida a la presencia de Cristo en el cristiano: « No
digas en tu corazón: “¿Quién subirá al cielo?”, es decir, para hacer bajar a
Cristo. O “¿quién bajará al abismo?”, es decir, para hacer subir a Cristo de
entre los muertos » (Rm
10,6-7). Cristo ha bajado a la tierra y ha resucitado de entre los muertos; con
su encarnación y resurrección, el Hijo de Dios ha abrazado todo el camino del
hombre y habita en nuestros corazones mediante el Espíritu santo. La fe sabe
que Dios se ha hecho muy cercano a nosotros, que Cristo se nos ha dado como un
gran don que nos transforma interiormente, que habita en nosotros, y así nos da
la luz que ilumina el origen y el final de la vida, el arco completo del camino
humano.
Es un paralelismo de gran belleza.
Jorge Salinas
Un artículo extenso sobre este tema lo encuentras en Cristo en nosotros, nosotros en Cristo
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