Somos objeto de un proselitismo
ideológico, político y comercial constante. Se nos
pretende “comer el coco” de mil maneras, unas descaradas, otras más sutiles. Los políticos están en campaña electoral permanente; aunque opinen sobre fútbol siempre están colocando su “mensaje”. Pero no sólo los políticos, sino todo el mundo que tenga acceso a un medio de comunicación trae consigo muchas formas de propaganda. Un famoso del deporte te puede hablar durante unos minutos sobre cualquier incidencia deportiva y, al mismo tiempo, te está invitando a que deposites tu dinero en determinado banco, a que te compres zapatillas de determinada marca, a que uses ese reloj fantástico que está en su muñeca, a que bebas el refresco que sorbe con placer, a que te cambies a esas gafas de sol con etiqueta bien visible.
pretende “comer el coco” de mil maneras, unas descaradas, otras más sutiles. Los políticos están en campaña electoral permanente; aunque opinen sobre fútbol siempre están colocando su “mensaje”. Pero no sólo los políticos, sino todo el mundo que tenga acceso a un medio de comunicación trae consigo muchas formas de propaganda. Un famoso del deporte te puede hablar durante unos minutos sobre cualquier incidencia deportiva y, al mismo tiempo, te está invitando a que deposites tu dinero en determinado banco, a que te compres zapatillas de determinada marca, a que uses ese reloj fantástico que está en su muñeca, a que bebas el refresco que sorbe con placer, a que te cambies a esas gafas de sol con etiqueta bien visible.
Junto con todo ese mundo de
marketing agobiante, también somos objeto de un proselitismo ideológico casi
compulsivo sobre el uso del lenguaje, sobre actitudes ante la vida, Si piensas
esto, sin dices esto otro, eres tal cosa o tal otra. No pienses que, no digas
que, porque entonces diremos de ti tal (¡perdón por estas licencias de
lenguaje!). Y encima, si intentas hablar
de Jesucristo como verdad de Dios y verdad del hombre, una voz suprema que
recubre todo un mundo de comunicación artificial, te gritará con tono de
acusación grave: ¡eso es proselitismo!
¿Vale la pena el esfuerzo
por reivindicar la legitimidad del uso correcto de la palabra proselitismo en nuestro vocabulario cristiano? ¿No la han pervertido ya
otros proselitistas contumaces? El propio Papa Francisco ha renunciado al uso
de la palabra proselitismo cuando dijo en Santa Marta: La Iglesia –nos decía Benedicto XVI– no crece por proselitismo, crece
por atracción, por testimonio. Y cuando la gente, los pueblos ven este
testimonio de humildad, de mansedumbre, sienten la necesidad que dice el
Profeta Zacarías: “¡Queremos ir con vosotros La gente siente esa necesidad ante
el testimonio de la caridad, de esta caridad humilde, sin prepotencia, no
suficiente, humilde, que adora y sirve.
Aunque la palabra prosélito está en la Sagrada Escritura, podemos decir lo mismo de
siempre usando palabras mucho más abundantes en los Evangelios y en las Cartas
Apostólicas: evangelizar, dar a conocer a
Cristo, invitar a la conversión, exhortar, proponer el Evangelio, etc., con
la coherencia de nuestras vidas, con la palabra sincera, sencilla, clara, con
el afecto que arrastra.
Esto es justo lo que está haciendo el Papa Francisco a gran escala.
J.S.
No hay comentarios:
Publicar un comentario