He tenido que pasar otros cinco días en un hospital y agradezco al Señor el haber experimentado, una vez más su presencia sensible, cercana, en el sufrimiento, más de otros que en el mío, bien modesto. Y de un modo especial agradezco haber experimentado una vez más la presencia invisible de Jesús en la caridad, la compasión y la ternura de quienes atienden a los enfermos. Es muy fácil entrever los rasgos de Jesús que cura en el trabajo de médicos que aplican su ciencia concienzudamente para remediar las enfermedades y tratan con amabilidad a los pacientes. Esos mismos rasgos de Jesús compasivo los descubres en enfermeras y auxiliares que son como madres, en enfermeros que son amigos, en celadores y personal de limpieza que acompañan su tarea con palabras de aliento y de cercanía.
Comprendes, cada vez mejor, que sólo Jesús puede devolver a la sociedad entera a una condición humana y digna, a una fraternidad que viene de Dios Padre.
Agradezco al Señor haber experimentado la compañía de otros enfermos y la fuerza de los lazos familiares. He visto mujeres que, olvidando sus propios achaques, pasan el día acompañando a su marido enfermo; he visto a mocetones supersanos que llegaban cansados del trabajo para pasar la noche entera con su padre enfermo.
Dentro de este panorama , también he visto la Cruz de Cristo en personas ancianas que están solas. Me contaba con pena una auxiliar la reacción de un enfermo viejecito a quien daban el alta. “Fulanito, está de suerte, hoy le dan de alta”. “Hija, preferiría seguir aquí. En casa vivo solo”.
Ven, Señor Jesús. Tú solo puedes curar los males profundos del corazón humano.
Jorge Salinas
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