Hay, al menos, dos dimensiones según las cuales podemos y debemos intentar un incremento serio en nuestra vida de fe: un aumento en la intensidad con que creemos y un aumento en la comprensión de lo que creemos
San Pablo en Carta a los Efesios describe a la Iglesia como un sujeto histórico que vive un proceso personal y comunitario con una dirección y una meta bien marcados, que es el conocimiento vivo y transformante de Jesucristo, misterio que siempre nos desborda. San Pablo señala que el mismo Jesús, cooperando el Espíritu Santo, conduce a su pueblo en este caminar. Por eso, el Apóstol recuerda a los que guían y forman a sus hermanos, es decir, a los pastores, a los evangelizadores, a los maestros, que su principal deber es que trabajen en perfeccionar a los santos cumpliendo con su ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo (Ef 4, 12-13)
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Han pasado más de 20 siglos desde que el Apóstol escribió estas palabras y estamos en las mismas. La Iglesia necesita reemprender con brío el camino del conocimiento del Hijo de Dios; un camino que es personal, pero dentro de una sola Familia, bajo la guía del sucesor de Pedro y los demás pastores en comunión con él. Hay que reconocer que nos queda mucho por andar en el conocimiento del Hijo de Dios y que estamos lejos de haber alcanzado la medida de la plenitud de Cristo.
¿Se puede crecer en la fe? Se puede y se debe crecer en la fe y así lo pedimos, o debemos pedirlo, con palabras que están en el Evangelio: Señor, auméntanos la fe.
Hay, al menos, dos dimensiones según las cuales podemos y debemos intentar un incremento serio en nuestra vida de fe: un aumento en la intensidad con que creemos y un aumento en la comprensión de lo que creemos.
Un aumento en la intensidad (fides qua), sí, es necesario. Llegar a la fe de los niños, o recuperarla; llegar a la fe de personas mayores, con gran sencillez de corazón, cuando ya se tocan los límites de la propia existencia terrena. Un alma simple, sin mucha preparación intelectual, puede tener una confianza ilimitada en la bondad de Dios, en su providencia amorosa, en su veracidad infinita. Esa alma cree de un modo absoluto y reza con una esperanza ilimitada y sabe amar.
Pero la intensidad no basta. No basta para hoy la “fe del carbonero”. Recordemos aquellas palabras que Juan Pablo II nos dirigió en su viaje a España en 1982, en su visita a Granada: hay que potenciar la educación en la fe, impartiendo una formación religiosa a fondo; estableciendo la orgánica concatenación entre la catequesis infantil, juvenil y de adultos, y acompañando y promoviendo el crecimiento en la fe del cristiano durante toda la vida. Porque una “minoría de edad” cristiana y eclesial, no puede soportar las embestidas de una sociedad crecientemente secularizada.
El Año de la Fe, promulgado por Benedicto XVI y confirmado por el Papa Francisco, lleva consigo una exhortación al crecimiento en la comprensión de la fe, en el conocimiento de los contenidos de la fe. Todos los fieles estamos llamados, en estos tiempos de gracia, a mejorar en nuestra comprensión de la fe, a situarnos en un nivel superior, a saber mejor lo que creemos como fieles de la Iglesia Católica. Esa tarea supone estudio, individual o colectivo, reflexión, en una palabra, más formación.
El instrumento de referencia básico para este empeño, como señaló Benedicto XVI en la Carta Porta Fidei, es el Catecismo de la Iglesia Católica. Ahí está la fe profesada por la Iglesia, la fe celebrada, la fe llevada a la vida, la fe según la cual rezamos.
Quiero llamar la atención sobre un hecho importante, poco comentado. Cuando Benedicto XVI estableció una nuevo tipo de circunscripciones eclesiásticas (Ordinariatos para Anglicanos) en la que pudieran pastores y fieles anglicanos entrar en plena comunión con Roma y con Pedro se legisló que el Catecismo de la Iglesia católica es la expresión auténtica de la fe católica profesada por los miembros del Ordinariato (Const. Apost. Anglicanorum coetibus, I § 1). Esta nota pone de manifiesto la importancia magisterial y canónica del Catecismo citado.
Jorge Salinas
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