Quien vive para el
trabajo, con la idea de crecer en la empresa y ganar más dinero, lleva una vida
distinta de quien está centrado en su familia o dedica buena parte de su tiempo
al cuidado no remunerado de enfermos terminales.
Quien vive preocupado de su
propia fama lleva una vida distinta de quien está pendiente de sus amigos o
entrega su vida a la tarea educativa.
Quien vive para «pasarlo
bien» y busca placeres cada vez más intensos o sofisticados lleva una vida
distinta de quien se dedica a cuidar a los pobres.
Pero, también cuando no se
trata de casos tan opuestos como los anteriores, es definitivo lo que se ama.
Así, quien vive para cuidar a su perro Bobby tiene una vida distinta de quien
se preocupa de hacer feliz a su mujer y educar a sus hijos; quien da la vida
por la defensa de las focas tiene una vida distinta de quien se dedica a las
iniciativas de cooperación en África.
¿Cuál de ellos es un
proyecto más plenamente humano? ¿Cuál es camino (aunque no garantía) de una
felicidad mayor? En las sintéticas palabras de J. Burggraf, «la libertad se
mide por aquello a lo cual nos dirigimos. Cuanto más grandes son las
aspiraciones, más grande es la libertad». Por eso es tan importante que las
almas aprendan a disfrutar de lo bueno, a reconocerlo y a valorarlo: está en
juego la calidad de su libertad y, por tanto, de su vida entera.
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