Me ha llamado la atención
unas palabras del Papa Francisco en Santa Marta. “Cuando el Señor viene – observó el Papa – no siempre lo hace de la
misma forma. No existe un protocolo de acción de Dios en nuestra vida”, “no
existe”. Y añadió el Papa, “lo hace una vez
de una forma, otra vez de otra” pero lo hace siempre. “Siempre – recalcó
– existe este encuentro entre nosotros y el Señor”.
Dios no tiene un protocolo fijo
para interpelarnos. No hay dos itinerarios iguales en la experiencia religiosa
de las personas. Basta leer las confesiones de los Santos sobre su propia vida
o los relatos de conocidos conversos para entender que no hay dos caminos
exactamente iguales, aunque siempre han discurrido dentro el sendero de
Jesucristo, quien dijo de Sí: Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida.
El Señor camina siempre a nuestro lado y permite entrever su presencia cuando quiere. Quizá no advirtamos de continuo esa presencia suya, siempre paternal y providente. Nos acompaña de un modo silencioso y atento, sin llamar de un modo especial nuestra atención. Pero, de vez en cuando, porque lo necesitamos, se hace notar de un modo más o menos descarado. Son momentos o circunstancias en nuestra vida en los que hemos de reaccionar aceptando su voluntad o determinándonos a emprender una tarea que nos sugiere Él mismo. Esos momentos críticos, bien resueltos, dibujan el perfil de una vida cristiana cumplida, realizada, integrada en los planes de Dios. De ahí nacen el bautismo, la decisión de prepararse para el sacerdocio, o para el matrimonio, o para la vida consagrada o para seguir a Cristo de un modo más determinado. También de esos encuentros con Dios puede surgir la aceptación de una enfermedad, o el encaje en una situación nueva no prevista como puede ser la muerte de alguien muy cercano, el desamor de un hijo o una pérdida de fortuna. En esos momentos, que se dan de mil maneras distintas en la vida de toda persona, el Dios que nos ama
nos
invita a una nueva conversión, a una nueva purificación, a un ascenso en la
vida interior; el Señor que nos busca nos anima a nuevos impulsos en la tarea
de ayudar a los demás.
Todas estas
consideraciones me las han provocado las palabras del Papa Francisco en su
homilía del pasado 28 de junio en Santa Marta.
El Obispo de Roma comentó
los encuentros de Dios con Abraham,
con Sara, con el Buen Ladrón, con los discípulos de Emaús. Nos ayudó a ver como
Dios se toma su tiempo, tiene un ritmo para cada alma, despliega una paciencia
infinita más que la mejor de las madres, También nosotros hemos de tener
paciencia y perseverar a pesar de las dificultades o de la oscuridad.
El Señor toma su tiempo. Pero
también Él, en esta relación con nosotros, tiene tanta paciencia. No sólo
nosotros debemos tener paciencia: ¡Él la tiene! ¡Él nos espera! Y nos espera
¡hasta el final de la vida! Pensemos en el buen ladrón, precisamente al final,
reconoció a Dios. El Señor camina con nosotros, pero tantas veces no se deja
ver, como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor está comprometido en
nuestra vida - ¡esto es seguro!– pero tantas veces no lo vemos. Esto nos pide
paciencia. Pero el Señor que camina con nosotros, Él también tiene tanta
paciencia con nosotros”.
Pienso en muchas crisis matrimoniales que se hubieran resuelto felizmente con un poco de más paciencia y con más confianza en Dios. Han sido crisis mal resueltas por ceder a la tentación de soluciones fáciles, pero engañosas. El ejemplo de Jesús en la Cruz es impresionante y ejemplar. Veamos cómo lo explica el Papa.
Algunas veces en la vida, constató Francisco, “las cosas se vuelven
tan oscuras, hay tanta oscuridad, que tenemos ganas - si estamos en dificultad
- de bajar de la Cruz”. Y añadió, “es el momento preciso: cuando la noche es
más oscura, cuando la aurora está cerca. Y siempre cuando nos bajamos de la
Cruz, lo hacemos cinco minutos antes que llegue la liberación, en el momento de
la impaciencia más grande”:Jesús, sobre la Cruz, escuchaba que lo
desafiaban: ‘¡Baja!, ¡Baja! ¡Ven!’. Paciencia hasta el final, porque Él tiene
paciencia con nosotros. Él entra siempre, Él está comprometido con nosotros,
pero lo hace a su manera y cuando Él piensa que es mejor. Sólo nos dice aquello
que dijo a Abraham: ‘Camina en mi presencia y sé perfecto’, sé irreprensible,
es la palabra justa. Camina en mi presencia y trata de ser irreprensible. Éste
es el camino con el Señor y Él interviene, pero debemos esperar, esperar el
momento, caminando siempre en su presencia y tratando de ser irreprensibles.
Pidamos esta gracia al Señor:
caminar siempre en su presencia, tratando de ser irreprensibles.
Jorge Salinas
1 comentario:
Muy bueno, Jorge.
Publicar un comentario