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- Para teólogos
De este modo en un primer golpe de vista ya sabe el lector donde están los temas aunque continúa teniendo valor indicativo la columna de la derecha.
Sacerdote desde 1962, pertenezco a la Prelatura del Opus Dei. Doctor Ingeniero Industrial, hice la carrera en la Escuela de Barcelona. Doctor en Teología por la Universidad Lateranense de Roma. En pleno proceso de cambios profundos en todo el mundo, pienso que la Iglesia católica, a pesar de las debilidades humanas, será una pieza clave del futuro, y su mensaje tiene plena vigencia.
Cuando
tenemos a un invitado en nuestra casa, aunque sea sólo por unas horas, nuestro
comportamiento cambia. No todo sigue igual, a menos que seamos unos
maleducados. En centro de nuestra
atención en ese tiempo es el invitado. La
presencia en nuestra casa de una persona o de un grupo a quien apreciamos y que
habitualmente no vive con nosotros obliga a cambios en nuestros hábitos. Casi,
casi podría decirse que la calidad cultural de una sociedad se refleja en las normas de la hospitalidad. La
deferencia, el arte de hacer grata la estancia del invitado en nuestra casa, la
solicitud por facilitarle las cosas a quien está de paso, son tareas que
modifican nuestra rutina diaria.
En varios artículos y en conversaciones con otros
sacerdotes voy encontrando una apreciación común acerca de los tres Papas más
recientes: Juan Pablo II, Benedicto XVI y el actual Papa Francisco. Muy lejos
de comentarios superficiales acerca de las características de uno y otro,
comparando estilos, gestos o sensibilidades, lo que aparece más evidente es la
unidad de proyecto en los 3 grandes Papas. Es como se hubieran repartido entre
sí tres movimientos de una magnífica sinfonía, una sinfonía que tiene como
tema, desde las primeras notas hasta las últimas, la Iglesia de Jesucristo, el
signo e instrumento para la íntima unión de los hombres con Dios y de los
hombres entre sí.
(RV).- (con audio) El Obispo de Roma llegó a Castel Gandolfo, donde fue recibido con campanas de fiesta y grandes muestras de alegría y devoción, para celebrar la Santa Misa de la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María y rezar el Ángelus, en este día en que la «Iglesia en todo el mundo canta el Magnificat», «cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia», cántico que «une el cielo y la tierra». Lucha, resurrección, esperanza, fueron las tres palabras que centraron la homilía del Santo Padre, que evocó la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia: «La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (n.68). A la luz de esta imagen bellísima de nuestra Madre, el Papa Francisco reflexionó sobre el mensaje de las lecturas bíblicas de esta celebración, deteniéndose en las tres palabras clave: lucha, resurrección, esperanza.
En un relato particular del texto sagrado podríamos ver un reflejo de la totalidad, de un modo
parecido a como en una gota de agua que pende de una hoja podríamos ver el
reflejo del jardín entero. A esta cualidad se le llama la unidad de la Sagrada Escritura. Fijémonos en un caso particular: la
conversión de San Pablo y el inicio de su carrera apostólica. Camino de
Damasco, Pablo tiene una idea clara: los secuaces de Jesús son un peligro para
Israel, porque están propagando que Jesús ha resucitado y vive. La experiencia
de esa realidad es minoritaria en Jerusalén. Todos sus habitantes vieron a
Jesús morir en la Cruz y cómo fue sepultado, pero sólo unos pocos fueron
testigos del Resucitado. El anuncio de que Jesús vive y que es el Salvador está
dividiendo profundamente al pueblo judío. Hay que acabar con esa secta
sumamente peligrosa. Y ahí Saulo camino de Damasco para apresar a los
seguidores de esa fantasía.