El
cristianismo no es una ideología, no puede encerrarse conceptualmente en una construcción humana de pensamiento, en
un orden sistemático y concluso como suelen ser las ideologías, porque siempre
lo desborda, lo transciende. San Pablo
lo entendía cuando escribió a los
efesios: “Dios os conceda comprender con todos los santos la anchura y la
longitud, la altura y la profundidad, y
conocer el amor de Cristo, que sobrepasa
a todo conocimiento, y se llenen de toda la plenitud de Dios” (Ef 3,17-19) “A mí, el menor de todos los santos, me fue
concedida la gracia de anunciar a los
gentiles la insondable riqueza
de Cristo” (Ef, 3,8).
Al mismo
tiempo podemos afirmar con la Iglesia que
la economía cristiana, como
alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación
pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (DV 4) (CCE 66). La Revelación pública se clausura con la
Iglesia apostólica y la fijación de los escritos neo testamentarios. Pero no podemos imaginar la Tradición como
una mera transmisión mecánica, inerte, conceptualmente cerrado, de algo que fue vivo hace 20 siglos. Como dice
el Catecismo de la Iglesia Católica,
la fe cristiana no es una «religión del
Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo
escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia super missus est, 4,11: PL 183, 86B). Para que las
Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del
Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las
mismas (cf. Lc 24, 45) (CCE, 108).
Por eso, en el
conjunto de la Iglesia hay un proceso en el crecimiento de la fe: aunque la Revelación esté acabada, no está
completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente
todo su contenido en el transcurso de los siglos (CCE, 66). En la vida de
los Santos se da un crecimiento de la fe llevada a la vida, un crecimiento en
la Comunión de la Iglesia, un crecimiento en la caridad de Cristo.
No somos
poseedores de la verdad, sino, más bien, somos poseídos por la Verdad, que es
Cristo. El nos preside, nos guía, nos
enseña a través del Espíritu Santo. Pero
además, Jesús nos asimila, nos cristifica, nos incorpora a Sí, nos hace Cuerpo
suyo, nos hace Iglesia, especialmente a través de la Eucaristía.
Las ideologías
humanas son cerradas en sí mismas, nacen del hombre, no conducen más allá del
hombre. La vida cristiana es un don que nos viene de lo alto, nos viene de Cristo,
Hijo Unigénito del Padre, que se hizo hombre y habitó entre nosotros. No es el
resultado de una búsqueda humana sino la sorpresa de un Dios que nos sale al
encuentro, nos llama, nos convoca, se nos da.
J. S.
No hay comentarios:
Publicar un comentario