miércoles, 21 de agosto de 2013

COMENTARIO El vocabulario del Papa Francisco: "la globalización de la indiferencia"

Un interlocutor ocasional me dijo el otro día: “Mire, Vd., el cristianismo se resume en vivir y dejar vivir a los demás”. No tuvimos tiempo para ahondar mucho en el tema, pero me resistí a asentir con entusiasmo a esa máxima. Me recordó lo que oí hace unos años a un tabernero del norte de Navarra, en tiempos de virulencia terrorista: “Mire Vd., tenemos que vivir todos. Hay que vivir y dejar vivir a los demás”.  Hombre, como un mínimo ético en tiempos de confrontación general, podría valer, Pero me resisto a aceptar esa frase como lema  en una sociedad moralmente avanzada.

El Papa Francisco acudió con dolor hace unos meses a la Isla de Lampedusa, al Sur de Italia, próxima a las costas africanas. Una vez más se había producido la tragedia, pero esta vez con unos tintes especialmente inhumanos.  Un grupo de  africanos que intentaban llegar a Lampedusa se escondieron en las nasas (una especie de cilindros para pescar) de un barco tunecino. Los pescadores cortaron los cabos y siete africanos desaparecieron en las aguas cuando más cerca se hallaban de las costas soñadas.

Lo que más le dolió al Papa fue la indiferencia con en los medios se recogió la noticia. Ese dolor le llevó a la Isla donde se registran casi a diario dramas semejantes. En su homilía dijo el Santo Padre: Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!

La expresión “globalización de la indiferencia” da en el clavo. El mal de la indiferencia ante el destino ajeno se ha generalizado. Nos hemos acostumbrado a la indiferencia ajena y a la propia ante los dramas humanos de pueblos enteros. Hemos adquirido una gran capacidad de “pasar de”, cuando las cosas no nos afectan de un modo inmediato y personal.

El embotamiento del corazón es peligroso. No queráis endurecer vuestro corazón, dice un Salmo. Podemos hacernos indiferentes ante la suerte de personas muy cercanas: compañeros de trabajo, familia e, incluso, el mismo núcleo del matrimonio.

En la raíz de no pocos fracasos matrimoniales está la rutina, la falta de comunicación, el desinterés, el vivir cada uno “su vida”. La matriz cultural en la que se nos quiere encajar supone un excelente caldo de cultivo para la indiferencia, para que se instale la indiferencia ante los demás.

Y algo es seguro. Que la convivencia entre indiferentes acaba por ser insoportable.

Quiero terminar con la misma petición del Papa Francisco en Lampedusa:

Te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor!

J.S.

Puede ver aquí la Homilía del Papa en Lampedusa

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