El Papa Francisco está
creando un vocabulario propio y de gran eficacia a la hora de comunicar. Ya
vimos en un anterior comentario lo que el Santo Padre quiere significar con “la globalización de la indiferencia”: cada uno a lo suyo y nada o poco me interesa lo que les pasa o hacen
los demás. También sabemos que “la cultura del descarte”: eliminar de los proyectos
políticos o económicos las personas o grupos que no reportan beneficio y más
bien suponen una carga; algo así se hace con los contenedores para la basura,
con los vertederos para residuos; quizá en el español peninsular hubiéramos
preferido decir “cultura del deshecho”. Pero es igual, entendemos perfectamente el dicho argentino.
“En
muchos ambientes y en general en este humanismo economicista que se nos
impuso en el mundo - dice el Santo Padre- se ha abierto paso una cultura de la
exclusión, una “cultura del descarte”. No hay lugar para el anciano ni para el
hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre en la calle.
El Papa Francisco contrapone
a esas actitudes lo que él llama “la cultura del encuentro”, que es aceptación
del otro, saber escuchar, saber compartir aunque sólo sea el tiempo, ser
accesible al necesitado de ayuda. Cómo no recordar el clima de paz, de cordialidad,
creado en torno a Papa cuando visitó la modesta comunidad de Varginha en Río de
Janeiro. Les dijo con el corazón en la mano: desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también
aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es
todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos
generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer,
un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que
nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su
puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el
proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». ¿Se puede añadir
más agua a los frijoles? … ¿Siempre? … Y lo hacen con amor, mostrando que la
verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.
Necesitamos una auténtica
catarsis en nuestra decadente cultura occidental. Demasiada prisa, demasiado
ensimismamiento, demasiado vacío interior, demasiada tristeza en las calles. En
una ciudad populosa como Madrid ¿no se te ocurre ayudar un poco a un grupo de forasteros
que llevan un rato perplejos ante un panel de líneas de autobuses, o con un
plano callejero que no acaban de entender? ¿o ayudar a una señora que pretende
bajar o subir unas escaleras del Metro con un cochecito de bebé? ¿o ante un grupo que se han sacando fotos unos a otros ofrecerte para sacarle una foto a todos?
Con palabras del Obispo de Roma, necesitamos
edificar, crear, construir, una cultura del encuentro. Tantos desencuentros,
líos en la familia, ¡siempre! Líos en el barrio, líos en el trabajo, líos en
todos lados. Y los desencuentros no ayudan. La cultura del encuentro. Salir a
encontrarnos. Y el lema dice, encontrarnos con los más necesitados, es decir,
con aquellos que necesitan más que yo.
Con la cultura del encuentro
tendríamos una vida más grata, más humana. Y sobre todo, estaríamos más cerca
de Dios, verdadera fuente de la comunión entre los hombres.
J.S.
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