En varios artículos y en conversaciones con otros
sacerdotes voy encontrando una apreciación común acerca de los tres Papas más
recientes: Juan Pablo II, Benedicto XVI y el actual Papa Francisco. Muy lejos
de comentarios superficiales acerca de las características de uno y otro,
comparando estilos, gestos o sensibilidades, lo que aparece más evidente es la
unidad de proyecto en los 3 grandes Papas. Es como se hubieran repartido entre
sí tres movimientos de una magnífica sinfonía, una sinfonía que tiene como
tema, desde las primeras notas hasta las últimas, la Iglesia de Jesucristo, el
signo e instrumento para la íntima unión de los hombres con Dios y de los
hombres entre sí.
En reparto imaginario de
tareas es como si a Juan Pablo II le hubiera tocado hacer visible la Iglesia en el mundo entero. En ninguna otra época de la
historia ha alcanzado la Iglesia una presencia visual tan espectacular como la
proyectada por el gran Pontífice polaco, que además de santo tenía unas
cualidades escénicas extraordinarias.
Al Papa alemán, Benedicto
XVI, le tocó en ese reparto (que repito
es imaginario) la tarea de llenar de claridad
la reflexión de la Iglesia sobre sí misma y la doctrina de fe. El conjunto
de sus enseñanzas le merecerían la consideración de un gran Padre de la Iglesia
del siglo XXI.
Estamos en el primer año de
pontificado del Papa Francisco, argentino, y todo apunta a una hora de puesta en práctica
de una nueva evangelización en toda regla.
Alguien ha resumido estos
tres momentos de un proyecto unitario en tres titulares: aquí estamos; qué somos; qué
queremos.
En un reciente mensaje al
Obispo de Concepción (Argentina) el Obispo de Roma ha dicho "Le tengo miedo a los cristianos
quietos. Terminan como el agua estancada".
Es
hora de espabilar.
J. S.
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