Uno de los lugares más frecuentes en la predicación del Papa Francisco
es “el Dios que sorprende”, es decir, el Dios que interviene en la historia
humana cuando no se espera y en la forma que menos se espera. Naturalmente, la
sorpresa es para los hombres, no para Dios.
Los cálculos humanos, las expectativas, las previsiones, el futuro
imaginado, resultan siempre superados por una lógica divina, infinitamente más
sabia, más amorosa y más poderosa que nuestra pobre capacidad de entender y de
actuar. Si no aprendemos y nos hacemos más humildes podemos llegar a sentir que
Dios se burla de nosotros, que nos toma a broma, que se divierte con nuestros amagos de
grandeza. En realidad nos ama con ternura y quiere nuestra salvación completa.
El efecto “sorpresa” nos cura de nuestra petulancia y nos dispone para la
gracia.
En el Santuario de Aparecida,
en Brasil, el Papa explicaba así una de esas pequeñas “sorpresas de Dios”. "Tres
pescadores, después de un día sin conseguir coger peces, en las aguas del Río
Paraíba, encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra Señora de la
Concepción. ¿Quién podría imaginar
que el lugar de una pesca infructífera, se tornaría el lugar donde todos los
brasileños pueden sentirse hijos de una misma Madre? Dios siempre sorprende, como el vino nuevo, en el Evangelio que
oímos. Dios siempre nos reserva lo mejor.
Pero pide que nos dejemos sorprender por
su amor, que acojamos sus sorpresas.
¡Confiemos en Dios!", dijo el Papa. Es en la cercanía con Dios que
"aquello que es dificultad, aquello que es pecado, se transforma en vino
nuevo de amistad con Él".
En la Misa dedicada a los
nuevos movimientos y realidades eclesiales el Obispo de Roma, hacía esta
pregunta como punto de examen general para todo el pueblo cristiano: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de
Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos
decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o
nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de
respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.
Cada nuevo Santo es una sorpresa
de Dios. Y en caso de los grandes Fundadores
las sorpresas han sido mayúsculas. Podemos, con todo, estar seguros de
que la gran sorpresa de Dios está al final de la historia. Sabemos que
consistirá en el Retorno glorioso de Cristo, en la resurrección de los muertos,
en el juicio final y en la consumación de su Reino, que no tendrá fin. Pero
también sabemos que el cómo y el cuando
será una sorpresa general.
En cuando al día y a la hora, nadie
lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino solo el Padre (Mt 24, 36).
J.S.
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