miércoles, 14 de agosto de 2013

COMENTARIO La salvación a través de la Iglesia

En un relato particular del texto sagrado podríamos ver un reflejo de la totalidad, de un modo parecido a como en una gota de agua que pende de una hoja podríamos ver el reflejo del jardín entero. A esta cualidad se le llama la unidad de la Sagrada Escritura. Fijémonos en un caso particular: la conversión de San Pablo y el inicio de su carrera apostólica. Camino de Damasco, Pablo tiene una idea clara: los secuaces de Jesús son un peligro para Israel, porque están propagando que Jesús ha resucitado y vive. La experiencia de esa realidad es minoritaria en Jerusalén. Todos sus habitantes vieron a Jesús morir en la Cruz y cómo fue sepultado, pero sólo unos pocos fueron testigos del Resucitado. El anuncio de que Jesús vive y que es el Salvador está dividiendo profundamente al pueblo judío. Hay que acabar con esa secta sumamente peligrosa. Y ahí Saulo camino de Damasco para apresar a los seguidores de esa fantasía.

En ese trance, sin esperarlo, ni siquiera imaginarlo, Pablo ve al mismo Jesús que se le  aparece  de un modo extraordinario (de hecho ésta será la última aparición del Resucitado). Saulo, Saulo, ¿porqué me persigues?. La reacción de Pablo es inmediata: ¿Quién eres, Señor?.  Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Todo el esquema mental de Pablo queda hecho añicos y pregunta con ánimo noble y rendido: ¿Qué quieres, Señor, que haga?

Jesús pudo, en ese momento, comunicar a Pablo un mensaje completo, una orden detallada acerca de su futuro; sin embargo, el Señor se limita a indicarle: Vete a Damasco y allí se te dirá lo que tienes que hacer. Y Pablo, completamente ciego, tiene que ser conducido por otros. De ahí en adelante todo parece un juego de ajedrez. El mismo Jesús se manifiesta en la oración un tal Ananías, un cristiano ignoto de Damasco y le dice, con gran susto del oyente: levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; lo encontrarás rezando. Podemos encontrar el relato completo en Hechos, cap. 9.  

La historia de quien será el último Apóstol  constituye un claro ejemplo del modo en que Dios actúa en la historia humana, manejando una trama y una urdimbre asombrosas, con un reparto en las tareas de modo que unos inician algo que otros completan. Siempre Jesús es el Señor de la Historia, pero interviene como quien hace un encaje de bolillos. Este modo de proceder recibe un nombre en el Magisterio de la Iglesia: la índole comunitaria de la Salvación.

Esta idea es expresada por Benedicto XVI con mucha sencillez en la Encíclica Spe salvi: ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal.

Pablo, futuro Apóstol, fue introducido en los planes de Dios mediante la Iglesia.  No todo lo hizo Dios en él de un modo inmediato, porque recibió una primera instrucción, luego fue bautizado;  en sus primeros pasos fue guiado y acompañado. Pablo no estuvo en la Última Cena y cuando recuerda el gran misterio eucarístico, escribirá:  porque  yo mismo os he transmitido lo que a mi vez recibí.

El Papa Francisco  señala la eclesialidad  como característica de lo auténticamente cristiano. Si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura -  y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn v. 9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?  (Homilía del 19 de mayo de 2013).

J. S.

Ver un artículo extenso sobre este tema: La comunión en la Iglesia, realidad interior y externa



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