El primer viaje internacional del Papa Francisco
ha supuesto un verdadero sunami para
millones de personas, ha producido una sacudida en la conciencia de muchos
católicos; no sólo de los jóvenes peregrinos que asistieron a la JMJ Rio 2013,
sino también de cuantos hemos seguido este viaje por los abundantes medios de
comunicación que ahora son posibles.
El Santo Padre ha hecho sonar alarmas bien claras.
Ante miles de jóvenes argentinos dijo: pienso
que, en este momento, esta civilización mundial se pasó de rosca, se pasó de
rosca, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos
presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la
vida que son las promesas de los pueblos. El Papa se refería a los jóvenes y
a los ancianos, víctimas de una cultura
del descarte, que prescinde de todo lo que no es de un modo inmediato
rentable desde un punto de vista económico. Señalar que una civilización
mundial se ha pasado de rosca supone, de una parte, una alarma general bastante importante y, de
otra, una invitación ir pensando en alternativas más humanas.
No obstante, el Papa Francisco no es, en
absoluto, un revolucionario en el sentido lamentable en que lo fueron
algunos clérigos en algunas circunstancias. Su misión es guiar a la Iglesia y
anunciar a Cristo por activa y por pasiva. En palabras del Documento de Aparecida, citadas por el Pontífice, más
que en una época de cambios estamos en un cambio de época. No son las
estructuras las que más necesitan cambiar, sino los corazones, las conciencias,
las actitudes, los planteamientos. Se trata de acoger de nuevo, una vez más, la
invitación que desde hace veinte siglos nos hace Jesús: Convertíos porque el Reino de Dios está cerca.
Pienso que junto a esa especie de alarma que se puede atribuir al Papa
Francisco hay dos alertas no menos
importantes, algo así como dos criterios de fondo para todo católico que quiera
posicionarse responsablemente en este momento, no desde el punto de vista político
o temporal, que casi siempre es opinable, sino desde el punto de vista
espiritual.
La primera alerta que el Papa nos señala es la
centralidad de Cristo y su Iglesia: yo no puedo seguir a Cristo sino en la Iglesia y
con la Iglesia. Las palabras que el Papa dijo
hace unos días no se circunscriben a una comunidad cristiana concreta, sino que
son generales: Ser hombres arraigados y cimentados en la Iglesia: así nos
quiere Jesús. No puede haber caminos paralelos o aislados.
La segunda alerta,
también importante puede ahorrar mucha pérdida de tiempo. El Santo Padre la señaló
ante los Obispos de Latinoamérica como la propuesta pelagiana: Aparece
fundamentalmente bajo la forma de restauracionismo. Ante los males de la
Iglesia se busca una solución sólo en la disciplina, en la restauración de
conductas y formas superadas que, incluso culturalmente, no tienen capacidad
significativa. En América Latina suele darse en pequeños grupos, en algunas
nuevas Congregaciones Religiosas, en tendencias exageradas a la “seguridad”
doctrinal o disciplinaria. Fundamentalmente es estática, si bien puede
prometerse una dinámica hacia adentro: involuciona. Busca “recuperar” el pasado
perdido.
No comparto la opinión de Jorge Manrique de que “cualquier
tiempo pasado fue mejor”. En muchas cosas, los tiempos pasados fueron peores. Y
sobre todo está el Dios que sorprende y desbarata los pronósticos humanos. Como
nos dice con frecuencia el Papa Francisco hay
que estar preparados para las sorpresas de Dios.
J.S
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